La nevera de Bizkaia
LUCES Y SOMBRAS DE UN POZO DE NIEVE
David Alegria Suescun
Departamento de historia. Universidad de Navarra
“En Navarra, bebimos (…) un azumbre de vino, más helado que si fuera deshecho cristal de los despeñados desperdicios de los nevados Alpes; porque vale tan barata la nieve en aquel país, que no se tiene por buen navarro el que no bebe frío y come caliente”.
Vida y hechos de Estebadillo González, hombre de buen humor, compuesto por él mesmo, E. Gonzalez, cap. XII (1646)
Introducción
Durante el siglo XVIII la villa navarra de Aibar contó con dos pozos donde acumular nieve y hielo para su posterior consumo. El primero de ellos, el llamado pozo del Cerco, responde a las características del típico pozo de almacenaje (1), mientras que el segundo, la nevera de la Bizkaia, se corresponde con el modelo de pozo de aprovisionamiento en medio del monte. A pesar de contar con estos dos depósitos, el abastecimiento de nieve a la villa de Aibar a lo largo de la mencionada centuria se convirtió en una tarea difícil, no sólo por motivos puramente climatológicos de escasez de nieve, sino también debido a los problemas planteados por la defectuosa construcción y el emplazamiento “erróneo” de uno de sus pozos, el de la Bizkaia.
Los vecinos han abierto un nuevo pozo
El llamado pozo de nieve o nevera de la Bizkaia se localiza a unos 4 Km. En línea recta al NW de la villa de Aibar, dentro del término comunal de la Bizkaia. Exactamente, se encuentra situado a pocos metros del corral de Longás, en un pequeño promontorio entre dos barrancos, que servirían de aliviaderos, y a unos 830 metros de altitud. La antigua caseta-cubierta que protegía el hueco ha desaparecido, quedando únicamente una profunda oquedad recubierta por un potente muro de piedra seca. No se aprecia ninguna zona acondicionada a su alrededor para las tareas de carga y descarga de la nieve.
Varias noticias certifican la construcción de la nevera de la Bizkaia en tres fases sucesivas (1723, 1724-1725 y 1727-1728). Gracias a la detallada información que aportan es posible llegar a una reconstrucción de este pozo de nieve.
La primera de las fases tuvo lugar en 1723. Durante el verano de este año, los vecinos de Aibar abrieron un pozo en el monte de esta villa, en un paraje comunal que llamaban de la Bizkaia, para acubilar en él niebe, para el abasto de los vezinos y para vender la que se pudiere afuera de esta villa. La nevera, por tanto, se construía en un terreno comunal y con el propósito de auto-abastecer a la población de Aibar, pero también, para vender, en la medida de lo posible, excedentes a viajeros o en localidades limítrofes. Los gastos de su apertura fueron costeados a expensas del producto que se había sacado en los campos de cultivo comunitarios.
(…) dijeron que los vezinos de esta villa el anno ultimo passado hizieron en los comunes de la Bizcaia, a sus expensas, un pozo nuevo para acubilar en él niebe, (…)
El alcalde y los regidores de la villa determinaron que los beneficios de la venta de nieve de este pozo irían a parar a los propios vecinos, siendo administrados por el depositario del trigo. Igualmente, contemplaron que los vecinos no podrían arrendar ni administrar directamente el pozo sin el consentimiento expreso de la Junta de la Veintena de Aibar. Por último, se dictaminó que los maderos y despojos para el pozo, se obtuvieran del Monte Robledal de Aibar, un paraje cercano y profuso en vegetación. Aunque también se advertía que ya empezaban a surgir las primeras quejas de algunos particulares temiendo los más que probables abusos en la tala de este término.
Las obras en la nevera prosiguieron en los años 1724 y 1725. Fue entonces cuando un conocido maestro cantero de la villa, Juan Julián Urrutia, levantó un tejado a dos aguas sobre el pozo. Esta cubierta se sustentaba por medio de dos pilares de mampostería, cuyas esquinas se reforzaban con piedra, alcanzando un grosor total de 80-120 cm. cada uno. Sobre estos mismos pilares se disponían dos vigas de madera, que a su vez, se apoyaban en otras tantas transversales. Con posterioridad, se ahondaría el pozo en dos ocasiones, se abriría un desagüe y se instalaría una puerta con cerraja. No obstante, y a pesar de las denuncias de algunas inspecciones, este tejadillo cedió, dañando las paredes y el caño, además de cegar el pozo casi en su totalidad.
Con respecto a la tercera y última fase de construcción, contamos con información muy precisa. En 1727 los vecinos se afanaron a la hora de recomponer el pozo tras el desastre provocado por el anterior hundimiento del tejado. El 5 de febrero del mismo año, dos maestros canteros reconocían que los pilares presentaban un buen estado, pero se criticaba, por primera vez, el emplazamiento de la nevera y su falta de impermeabilidad para mantener la nieve en el interior.
No obstante, es a partir del 15 de febrero de 1728, cuando se reestructura por completo el pozo de la Bizkaia. En esa fecha, los maestros canteros Miguel y Francisco Guallar, vecinos de la villa aragonesa de Pintano, acordaron con la villa de Aibar una actuación integral en el pozo de la Bizkaia. Los trabajos que llevaron a cabo en el pozo se prolongarían durante siete meses. En primer lugar, se cubrió todo el interior del pozo con una pared circular de piedra seca, de 1,26 m de grosor y 6,3 m de profundidad, Por cada tramo de 2,1 m de pared se insertó una hilada de piedras en disposición vertical –la documentación habla de arcos-. De esta manera, dos “anillos” dividían el pozo en tres pisos iguales. Cabría preguntarse por su finalidad práctica, ya que no parece que tuvieran ninguna función constructiva esencial. Por otro lado, la documentación posterior tampoco apunta del todo hacia la hipótesis de que se traten de algún tipo de “referencias” para calcular con mayor exactitud el nivel de nieve acumulada. Esta misma intervención también sirvió para colocar una nueva casetilla con tejado a dos aguas sobre la superficie del pozo. Su altura coincidía con la de los pisos del pozo -2,1 m-, y sus paredes estaban hechas de cal y arena. Además se abrió un caño, en ángulo recto y hacia el Este para el mejor desalojo de la nieve derretida. Finalmente, se construyó una nueva puerta destinada a introducir la nieve de forma más cómoda. Según estos datos, la altura total de la nevera alcanzaría los 8,4 m-6,3 de ellos bajo tierra-, quedando un hueco interior cuya boca medía 6,3 m de diámetro, aunque algo menos por su fondo. Con estas dimensiones, el pozo de la Bizkaia podría llegar a almacenar unos 196 metros cúbicos de nieve aproximadamente. Cabe reseñar que en la época en que fue construido, estaba considerado como un pozo muy grande y de boca muy ancha.
Para el abasto de los vecinos y para vender la que se pudiera afuera
La nevera de la Bizkaia empezó a utilizarse de forma inmediata, en el mismo invierno de 1723-1724. Sin duda alguna, se hacía muy necesaria la provisión de nieve a la villa por aquel entonces, ya que parece ser que no resultaba suficiente con la nieve y el hielo encobilados en el pozo del Cerco. Tanto es así que en varias ocasiones se tuvo que comprar nieve en mercados foráneos, como en el de Lumbier para el verano de 1708, con la consiguiente sobrecarga económica. Quizás también por falta de existencias en el pozo del Cerco, el encargado del abastecimiento de nieve a lavilla no pudo cumplir con su cometido en 1722, justo un año antes de la construcción del pozo de la Bizkaia. Bajo la amenaza de una fuerte sanción, las autoridades municipales le apremiaban en el reparto de nieve, por ser cossa tan necesaria del bien comun el abasto de dicha niebe o yelo. Así, los vecinos de Aibar decidieron construir una nueva nevera y asegurarse la provisión de nieve de forma más directa y barata.
En un primer momento, la nevera no presentó problemas, incluso se llegaron a vender excedentes a los pobladores de Eslava, Cáseda, Gallipienzo, Santacara y a todo aquel que lo solicitase. Pero, al año y medio de su entrada en funcionamiento, Simón de Sola, el arrendatario del momento, afirmaba haber perdido mucha de la nieve guardada en el pozo. Unos peritos, nombrados por la villa, reconocieron el desastre. Según su declaración, la nieve se iba deshaciendo y el agua se acumulaba en el suelo del pozo por encima de las varas sobre las que la efímera nieve permanecía. A pesar de ello, la situación pudo retomarse, y en el ejercicio fiscal de 1724, las cuentas del depositario de la villa únicamente presentaron un ligero déficit en el ramo de nieve.
En 1725 se produjeron dos hechos bastante significativos. En primer lugar, el arriendo del producto del Cerco quedaba complementado con el de la Bizkaia, solución muy recurrida durante la segunda mitad del siglo XVIII. Pero también surgieron las primeras dificultades serias para conservar la nieve dentro de él, hasta tal punto que el arrendatario de los dos pozos huyó de la villa, haciéndose cargo de la embarazosa situación sus herederos. Nuevamente, se tuvo que echar mano de nieve traída de fuera, esta vez desde Villaveta, cerca de Aoiz y a más de 20 Km. De distancia. A pesar de la denuncia del mal estado de conservación del pozo por parte del teniente alcalde de Aibar –quien decía que necesitaba recomponerse y refinarse para su mayor subsistencia-, su tejado acabó por hundirse definitivamente en 1727, como ya se ha visto.
Se iba consumiendo dicha nieve a toda prisa fuera de lo regular
Tras la completa reconstrucción de los años 1727 y 1728, la nevera estaba lista opara ser explotada de nuevo. Así, el vecino y escribano real, Bernardo Laboreria y Zalba, se adjudicó el arriendo del pozo el 6 de noviembre de 1728, por un período de nada menos que ocho años, y a razón de 20 ducados anuales, pagaderos el día de San Miguel. Una de las cláusulas del contrato especificaba que la villa le entregaba el pozo compuesto, bien, y, perfectamente con sus paredes de piedra circundando todo el dicho pozo con sus paredes, y, cubierto aquél, bien perfectamente con el escalador y vertiente en el suelo de dicho pozo, para que puedan expeler las aguas con comodidad y sin que se pueda rebalsar aquélla en dicho pisso, y, que sobre dicho escalador se aya de terraplenar la abertura que ay sobre él, para que no puedan fender los aires. Igualmente, se estipulaba que, de no haber nieve, el arrendatario quedaba excusado de pagar la renta por ese año. Otras facilidades que se le ofrecían eran la posibilidad de recoger la nieve de los sembrados circundantes con entera libertad, y el compromiso de la villa de recompensarle por cualquier ruina inesperada que afectara a la nevera. No era para menos de cara a afrontar con garantías un arriendo por tan largo tiempo. Por su parte, Bernardo Laboreria corría con los gastos de llenado del pozo, daba prioridad a los vecinos de Aibar en la vente de nieve, y supeditaba su persona y bienes, así como los del fiador del arriendo, Diego de Rada, al entero cumplimiento del mismo. Sin embargo, como veremos a continuación, Bernardo Laboreria no cumplió con su trabajo, y, a raíz de las quejas de la villa, el asunto terminó en los tribunales.
En la Sección de Tribunales Reales del Archivo General de Navarra, se ha conservado el proceso judicial de los vecinos de Aibar contra Bernardo Laboreria, sobre refacción o rescisión del arriendo de la nieve de la Bizkaia en el año 1735. Según la declaración del implicado, éste almacenó toda la nieve posible en el pozo durante dos años, bajo sus propias expensas, y con mucho cuidado y diligencia. Pero, al ir a recogerla, advirtió que gran parte de ella se había perdido, por lo que dejó de llenar el pozo en los dos años siguientes para evitarse más gastos inútiles. Es más, junto con otros declarantes, coincide en que allí resultaba imposible que se pudiera conservar mucha nieve, por lo que solicitaba una revisión del contrato de arriendo que había firmado años atrás. En concreto, Bernardo Laboreria alegaba en su descargo que la nevera padecía varios “defectos de fábrica de terreno”. Por ejemplo, el hecho de estar en un paraje elevado y orientada al Sur, donde le daban el Sol, desde que salía hasta que se ponía, además de todos los vientos, excepto el Cierzo. La fuerza del calor del sol y del aire cálido echaba a perder sin remedio toda la nieve que allí se recogía. Por otro lado, y continuando con el mismo testimonio, el problema quedaba acentuado al tratarse de un pozo de boca ancha y sin las escorrederas suficientes para la salida de aguas. La mayoría de testigos del proceso que decían haber reconocido el pozo y trabajado en las labores concejiles de encobilado, coinciden básicamente con esta declaración de Bernardo Laboreria. Cabe destacar los testimonios de dos maestros canteros que aprueban la fábrica de la nevera, pero, por otro lado, recomienda un emplazamiento más adecuado, como el de otros pozos de la misma zona geográfica. Según opinión de estos canteros, para que dicho pozo fuese permanentte y manttubiese la nieve que en él se pusiese, devia esttar en paraxe o terreno opaco, resguardado del sol y de la ventilación de bochorno y castellano, por ser los aires más nocibos para la conservación de la nieve (…).
Por el contrario, en la versión del fiscal, Bernardo Laboreria y todos los vecinos de Aibar, conocían de antemano la situación del pozo. Éste prosigue diciendo que, las paredes del pozo, a pesar de estar construidas a posteriori, se encontraban en perfecto estado y que la nevera, bajo su punto de vista, era una de las fabricas buenas que ay en el entorno de la villa. Si es que se había desecho la nieve, denunciaba, era por negligencia de su depositario, por el poco cuidado que se tuvo durante el empozado, e, incluso, llega a decir que como consecuencia de aver tenido la puerta abierta. Es más, los años en que dispuso de nieve, Bernardo Laboreria hasta vendió una porción fuera de la villa. El proceso quedó pendiente –Bernardo Laboreria moriría por esas fechas-, pero sus herederos y los de Diego de Rada, el fiador del arriendo, fueron obligados a llegar a un acuerdo con la villa para completar, a plazos, los pagos pendientes. Hasta 1756-1757 no se liquidó definitivamente la deuda con los vecinos.
No se encuentra postor para la nevera
A partir de 1746, la nevera de la Bizkaia entra en una fase en la que se suceden, indistintamente, las adjudicaciones de su arriendo, con la ausencia total de personas interesadas en su explotación. En algunas ocasiones, tras fracasar el remate de candela de su nieve, la propia villa se ve obligada a administrar directamente el depósito. Igualmente, se constata un descenso paulatino de la duración de los contratos. De los ocho años a los que se comprometió en su día Bernardo Laboreria, se pasaba a los cinco meses y medio de provisión de nieve durante el período 1781-1784, se establecía que el arrendatario pudiera disponer del pozo del Cerco en condiciones, y, también, subsidiariamente, el de la Bizkaia libre, para que pueda poner niebe a su arbitrio. Sin duda alguna, asistimos a un paulatino declive del uso de la nevera de la Bizkaia, seguramente agudizado por los años en los que apenas nevaba, y por la competencia que suponía el agua fría de la fuente recién estrenada en Aibar –según se dice, antes todos la gustavan (la nieve ) por carecer de agua fresca (…)(2) .
La última mención directa al pozo de la Bizkaia data del 21 de febrero de 1798. En esa fecha, Francisco Domeño tomaba en arriendo el pozo del Cerco, pero la villa también le cedía el aprovechamiento de la nevera de la Bizkaia. A partir de entonces, las noticias documentales conservadas únicamente hablan, siempre en singular, del pozo de nieve, la nevera, la nevera de la villa, o simplemente, nieve o el arriendo de nieve. Todo parece indicar que son referencias al pozo del Cerco y no al de la Bizkaia, seguramente caído en desgracia. En primer lugar, por la propia trayectoria del pozo del Cerco para seguir en funcionamiento, mucho más segura, fiable y rentable que la de la Bizkaia. En segundo lugar, porque precisamente con el nombre de nevera de la villa era como se conocía a este mismo pozo antes de entrar en escena el de la Bizkaia. Ello explicaría también que durante el período de coexistencia, por lo menos “documental”, de ambas neveras en Aibar (1723-1798), fuera necesario especificar más en sus denominaciones para poder distinguirlas. Así, se adoptó al nombre de cada una de ellas, el topónimo donde estaban emplazadas; por un lado, la del Cerco (también de la villa), y, por otro, la de la Bizkaia (llamada en alguna ocasión del monte). Por último, bajo esos nombres genéricos no cabe suponer un “ arriendo conjunto” de las dos neveras, práctica habitual en los últimos años, ya que siempre que falta nieve en el pozo del Cerco, se acude fuera de la villa para comprarla, sin mencionarse para nada la de la Bizkaia. Por tanto, se trataría del depósito del Cerco, el cual la villa terminaría cediendo al Santo Hospital de Aibar en 1802.
Conclusiones
La nevera de la Bizkaia parece un pozo construido apresuradamente. No hay más que pensar en las continuas reparaciones a las que se vio sometido al poco tiempo de su entrada en funcionamiento. A juzgar por los problemas detectados para la conservación de la nieve en su interior, tampoco se pensó muy bien el lugar en el que fue abierto. Los vecinos critican insistentemente el intenso calor del Sol que entra por la puerta durante todo el día, y los vientos cálidos que inciden directamente sobre la nevera. De esta forma, resultaba imposible mantener la nieve en su interior.
Por otro lado, los vecinos de Aibar decidieron abrir el pozo a la vista de las dificultades que atravesaban con el simple abastecimiento del pozo del Cerco de la villa. En este sentido, no hay que olvidar las dificultades detectadas en los años previos a la construcción de la nevera de la Bizkaia. También, cabe destacar la iniciativa vecinal por mejorar la producción y la venta de excedentes.
En un primer momento, la nevera pareció funcionar a la perfección, incluso se vendió algún remanente de nieve en otras localidades cercanas. Pero, poco tiempo después, comenzaron los primeros problemas de conservación de la nieve, cuyo culmen se alcanzaría en 1735 con el proceso abierto contra uno de sus arrendatarios, Bernardo Laboreria y Zalba. En los años sucesivos asistimos a un progresivo declive de la nevera. A pesar de que la villa se afanaba por sacarlo a pública subasta, el arriendo quedaba desierto en bastantes ocasiones. Nadie presentaba postura alguna, todo lo contrario a lo que sucedía con los disputados arriendos del pozo del Cerco. Además, durante la segunda mitad del siglo XVIII (3), el producto encobilado en la Bizkaia servía únicamente como complemento al del Cerco. A falta de documentación que demuestre lo contrario, es fácil pensar que el pozo de la Bizkaia fue progresivamente dejado de lado, hasta caer en el más completo abandono a finales del siglo XVIII . La “misteriosa” desaparición de las referencias documentales desde 1798, no parece responder a una cesión de la nevera a manos de algún particular o entidad. La trayectoria histórica del pozo en cuestión, plagada de gastos, arreglos y arriendos desiertos, no invitaba precisamente a hacerse cargo de ella. Por otro lado, la compra de nieve foránea cuando quedaba agotada la del pozo del Cerco parece bastante determinante para concluir en un abandono de la nevera de la Bizkaia. Por todo ello, cabe concluir que la explotación de esta nevera en Aibar se prolongó desde 1723, fecha de su construcción, hasta el año 1798, cuando figura por última vez en la documentación antigua. Su recorrido histórico abarcaría, por tanto, un breve marco de 75 años.
- La nevera del Cerco Figura en la documentación desde el año 1664-1665, aunque su construcción seguramente es bastante anterior, incluso no cabe descartar un posible origen medieval. Se ha seguido la pista de este pozo hasta 1819, año en el que, aparentemente, desaparece de los registros documentales. Existen bastantes dudas sobre la localización exacta de su emplazamiento, pero probablemente haya que identificarla con el “hueco” que los vecinos llamaban La Corte, cerca del antiguo Santo Hospital, del padul de la villa y del propio Cerco, en dirección a Rocaforte.
- Hacia 1799 la villa de Aibar encargaba la construcción de una fuente de agua potable.
- A modo de comparación, según Juan Labeaga Mendiola, en los años 20 del siglo XX se abandonan los antiguos pozos de nieve en la zona de Sangüesa, en la que se enmarca la villa de Aibar, siendo sustituidos paulatinamente por fábricas de hielo artificial. Por su parte Rafael García Serrano afirma que la nevera de Sangüesa se abandonó exactamente en 1915 y la de Cáseda hacia 1928.